Lo que vemos, tocamos y sentimos no es más que un devenir continuo, un flujo incesante que se
inscribe en la materia del mundo, recordándonos que lo sempiterno no es lo inmutable, sino aquello que
persiste a través de su transformación.

Siguiendo a Gilles Deleuze, el acontecimiento no se limita a un instante, sino que se inscribe en una
multiplicidad de intensidades. Sempiterno se configura como un campo de fuerzas donde las obras
emergen de la tensión entre lo transitorio y lo persistente. La geolocalización de los artistas influye
directamente en la construcción de su imaginario, inseparable de las materialidades que emplean,
actuando como vectores de sentido que se expanden y resuenan en distintos territorios.

– Rocío Soria Díaz